Carmen Echevarría (1)
En agosto, en vacaciones, Carmen
Echevarría se tiró al mar por primera vez.
Mientras
tomaba el sol sobre las piedras del muelle recibió la visita de su amigo Javier.
Ella le consideraba más que un buen
amigo.
Las
gaviotas chillaban detrás de los arrastreros que volvían de alta mar.
Meciéndose sobre los botes, pacientes, los jubilados intentaban pescar
calamares en la bocana del puerto. Sentados cerca de unas mujeres que
remendaban redes, Javier le dijo que la noche anterior se había acostado con Cristina,
que se lo había pedido como un favor, que ella no soportaba el fastidio de ser
virgen pero no quería hacerlo por primera vez con un desconocido y le escogió a
él.
Sin
querer escuchar más, Carmen, despacio, se quitó la ropa y de un salto se lanzó
al agua. Al alejarse entre las olas, junto al acantilado, la corriente de Ogoño
golpeaba su costado izquierdo, presentimientos submarinos rozaban sus muslos
desnudos. Siguió nadando hasta dejar atrás la isla de Izaro y brazada a brazada
disolvió en los bordes de la espuma todos los momentos que había compartido con
Javier, todos los recuerdos. Incluso olvidó aquella noche en la que se
abrazaron sobre la arena oscura de la playa de Ereaga. Mientras él intentaba
bajarle la falda y ella le susurraba que ahí no, dos grandes perros negros les
asustaron, les dejaron sin ganas de otra cosa que no fuera buscar un lugar
seguro y con luz.
La
noche estaba avanzada cuando regresó a otra costa, cansada pero serena; ya no
recordaba quién era Javier, pero sabía muy bien quién era ella.
2 comments :
Nadie es propiedad de nadie, sólo podemos decidir por nosotros y ahí está la clave de seguir el propio camino y olvidar.
Un beso.
Ilduara, en casi todo, de acuerdo.
¿Olvidar? eso ya cuesta más.
Excepto que te tires al mar como Carmen
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