No sé si lo del rabel viene a cuento

 

No lo sé, en serio, no lo sé, la poesía tiene un IVA alto, producto de lujo, es sentarse y percibir la vibración del rabel, ella (tú) llorando entre mis brazos, yo (yo) llorando entre los tuyos,  luego se hizo de noche y así no había forma de distinguir los contornos mientras el sol se ocultaba por el Abra, tus Levi´s doblados sobre la moqueta, el sujetador caído detrás de la butaca, el aire de la habitación teñido de colores mustios mientras nos contábamos la vida desde la adolescencia entre posturas y aquí, allí, inclínate un poco, la piel blanca, sudábamos, éramos confesores, psiquiatras, amantes con fiebre, sí, sí, estupor de sabernos uno y disfrutarlo, la caricia íntima en el borde de la cama, gemidos, nos mentíamos, tienes una cicatriz de unos tres centímetros en la espalda, me gusta cuando me exiges, suplicas, te burlas, cuando nos quedamos con los brazos en cruz y nos atropella el cansancio, suena el iPhone y no hagas caso, seguro que es él, seguro, se habrá dejado una ventana abierta, éramos voraces, nos mordíamos, no fumes, el humo me marea, qué delicado, voy a preparar unos gin tonics, ¿quieres comer algo?, enciende la luz ya no sé quién eres, como en ese final de McNeill, quizás ya eres otra o yo soy otro o nadie, pasos en el pasillo, no mires el whatsapp,  la poesía, decías, no tiene rencor, ni miedo a que la verdad envuelva  la distancia con papel de celofán y esos de ahí, lo de fuera, sepan, no, espera,  no des la luz, ahora somos nadie, después del click seremos tú, yo, miedo a que termine este día y tengamos que volver, piadosos, a las obligaciones, deberes, lo respetable, qué sarcasmo, otra vez, deja el móvil, qué pesado. Te quiero.