domingo, 27 de octubre de 2019

Zapatos

 



La digestión fue pesada. El zapato parece simple, sin adornos, pero me costó, sobre todo el tacón, ese mismo que había pisado mi pecho desnudo. Quizás lo he contado antes. Llegaba a sus brazos desde el viento, nos encontrábamos en una habitación en penumbra, me esperaba trémula, vestida solo con esos zapatos, su pelo mojado, nos abrazábamos de inmediato. Me desvestía mirándola, nos acariciábamos ya con los ojos. Saltaba a mi pecho como una pantera pálida y mis piernas resistían esa primera embestida, el ataque que precedía a las manos explorando la piel, los pliegues de los muslos, la cara interna de los brazos, el lóbulo de las orejas, el cuello en el que me demoraba hasta conseguir los primeros suspiros, el ven que yo retardaba, cruel, sus nalgas duras, sus pechos breves, la húmeda circulación en la que nadábamos sabiendo que íbamos a ahogarnos en el deseo, marea creciendo, subiendo por los muebles, la biblioteca, libros húmedos, mesas húmedas, sofá húmedo, palabras que resbalaban entre nuestros sexos tan sensibles hasta que todo eran gemidos y gritos y fricción y pasión, los dos dentro de un horno, abrasándonos, chamuscados, descontrolados, nos besábamos, nos insultábamos, luchaban los labios, los dedos, sudorosos, otros, perdidos, volcándonos, lejos, más lejos, inhumanos, animales que se apareaban y subían, arriba, más arriba, irresistible, cuando estábamos a punto de morir llegaba la explosión del placer y en cada músculo, hueso, piel, venas, sangre, cabello, dientes se producía un terremoto y nos rompíamos en diminutos trozos de amantes amándose, de enamorados enamorándose, perdidos el uno en el otro, exhaustos, definitivamente prisioneros de los cuerpos, enajenados, ambiciosos, egoístas, maldiciendo aquel primer momento que nos vimos y nos encadenamos, qué otra cosa podíamos hacer, qué sino perdernos en nuestros desiertos, en nuestros laberintos, rompernos el alma, el consuelo, la calma, la soledad anterior, la cordura, enajenarnos, enfrentarnos como fieras que defienden su espacio, los límites, que quieren traspasarlos, llegar más lejos, donde nunca, exploradores de tierras negras, subterráneos con grilletes y risas en lo oscuro, con miedo y tangos que advertían, rechiflao en mi tristeza hoy te evoco y veo que has sido, que extendíamos la alfombra de los reproches, esgrimiendo los agravios, la cobardía de abandonar la tibieza que se posaba en lo obvio, en el ya veremos, en el luego, no quemar las naves, imperfección del claroscuro, rehenes detrás de la puerta, un guante negro sobre su espalda blanca, lenguas de cisnes chupando su vientre, moscas venecianas, errores repetidos, lo táctil frente a la idea, el principio, los remolinos en el pantano de hablar sin decir, tumulto en el mercado, a la salida me comí su zapato, el otro, a ella, me comí a mí mismo y la vida fue ya, es, una digestión absurda, sin paisaje, sin globos aerostáticos fotografiando los instantes claves, magos con sus juegos de manos, diarios detallados de lo que paso, día 17, día 18, el 31, calígrafos chinos viviendo en el cuerpo de un buey, de un burro, de un cerdo, de un mono, hasta aquí he llegado y, querida mía, mi corazón lo partiste a machetazos, guerrera, tutsi implacable, indígena de un país de psiquiatras y jugadores de fútbol, de payadores y comedores de peces, alterada que me alteraste, ausente de la realidad de mi realidad, avisada de mi ardor usas botas de clavos, es inútil, volveré a comerte igual, a bocados, Peter Sloterdijk se pregunta dónde estamos cuando escuchamos música, yo me pregunto dónde estábamos cuando nos apartamos, sin preguntas, sin entrañas, sin reconciliación posible, extraños en nuestros fugaces yo, exiliados de la patria que inventamos, ciegos, malditos para otros amores, cercenada la esperanza, colgada de un clavo en la blanca pared que espera sombras de nubes velazqueñas, aturdidas damas con ropajes enlutados, organistas onanistas, impíos revolucionarios que quieran quemar nuestras ermitas, las catedrales, el tiempo, joder, que pasa el tiempo y están las vides rezumando, los temporeros sentados bajo la tejavana esperanzada del país prometido, la belleza insoportable de ser, soy, no somos pero soy, mi mano escande, mide este verso desproporcionado, absurdo, inútil, cuenta sílabas, los signos articulados, el meollo del poema, el amor a ras de suelo, escarbando con las uñas, con las yemas de los dedos, sangrando, recordando el rotundo adiós, los argumentos, el sentido de seguir manteniendo esta página sin brújula, I glup you, si Cortázar levantara la cabeza, Rayuela insomne sobre mi mesilla de noche, al lado del vaso de agua, del microscopio, de la vuelta a las fuentes, enciendo candiles alrededor de la bañera, ella es Marat y esta Carlota Corday que soy, que puedo ser, clavará un simbólico cuchillo en su impiedad, en su silencio, alemanes invadiendo Polonia, páramo, que la vida se agostó, yermo campo sin liebres embadurnadas, sin águilas conejeras, sin documentales de la 2 que diversifiquen la cultura de animales en la sabana, jirafas entrometidas, leones de la Metro después del Nodo, películas de exploradores, de piratas, de romanos, de ciudadanos perdidos en la gran ciudad, en sí mismos, en las idas y venidas de la fortuna, tan caprichosa, tan desigual, tanto alboroto por un zapato, me lo comí, su pareja, a ella, Gargantúa despiadado, despistado, comiéndola me comía, antropófago desorientado mordiendo el aire, airado, estafado, tocando el tambor con la frente, buscando cuevas donde ocultar la miseria, la vergüenza, la ternura que ondula en los codos con heridas, su peso que no pesaba, su sexo que me encandilaba, su frente con una luz guiándome por la espesura de una selva sin gorilas, sin salacot, sin hombres mono saltando de liana en liana, aquí, así, se me cae la baba, lelo, así estoy, ya no sé qué ni a quién escribo, sé que es domingo. Hasta mañana. 

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