viernes, 18 de octubre de 2019

Baja la Ría.


Baja la Ría con un color indefinido, romántica, aburrida. No llegan ya los barcos hasta el Arenal, no. Un hombre del Senegal está acodado en la barandilla de Ripa y mira los remolinos del agua en la bajamar, escucha las gaviotas, ríe en su filosofía incomprensible para los caballeros de traje gris, corbata negra y cartera con papeles secretos, absurdos, con garabatos y firmas sin valor.

Baja la Ría sin rumor de olas, con peces ciegos. No flanquean sus riberas las grúas rojas ni los gritos de las mujeres que descargaban  carbón y bacalao. Un hombre del Senegal canturrea algo en francés sin dejar de sonreír, es un orfebre de la alegría, un experto en espantar los reptiles del desconsuelo, el dictamen de los agoreros, los designios de dioses amarillos.

Puedo continuar pero soy un egoísta, escribo para mí, para saber que hay detrás de la encalada pared de lo cotidiano, para conocer tanto, para que continúe esta fiesta en la que soy el único invitado.

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