Baja la Ría.
Baja
la Ría con un color indefinido, romántica, aburrida. No llegan ya los barcos
hasta el Arenal, no. Un hombre del Senegal está acodado en la barandilla de
Ripa y mira los remolinos del agua en la bajamar, escucha las gaviotas, ríe en
su filosofía incomprensible para los caballeros de traje gris, corbata negra y
cartera con papeles secretos, absurdos, con garabatos y firmas sin valor.
Baja
la Ría sin rumor de olas, con peces ciegos. No flanquean sus riberas las grúas
rojas ni los gritos de las mujeres que descargaban carbón y bacalao. Un
hombre del Senegal canturrea algo en francés sin dejar de sonreír, es un
orfebre de la alegría, un experto en espantar los reptiles del desconsuelo, el
dictamen de los agoreros, los designios de dioses amarillos.
Puedo
continuar pero soy un egoísta, escribo para mí, para saber que hay detrás de la
encalada pared de lo cotidiano, para conocer tanto, para que continúe esta
fiesta en la que soy el único invitado.
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