Hermosura y luz
Francis Picabia (French, 1879-1953), Médéa, c.1929
Tómese un poema de hermosura y luz aunque no se entienda, aunque no se sienta, que sea un poema porque él lo diga.
Él es ese que no soy yo.
Halle las palabras, solo eso, deje que el otro ponga la mirada, el sentimiento quizás, no espere, no anhele, no está en sus manos, no está.
Desnude sus emociones solo si lo pide el guión.
Si no, no.
Salga al escenario con disfraz de recuerdos, suba al cable tensado del decir con convicción de funámbulo, encare el enigma de los que miran, no se preocupe, muchos son ciegos pero, ah, baje usted al patio de butacas y susurre en las orejas de cada espectador, alternativamente en una y en otra, dígale exactamente aquello que desea oír, aunque muchos son sordos, saben, entenderán lo contrario a lo que usted diga pero el oído es una delicada maquinaria de emociones, un instrumento conectado a la mente, al corazón a veces, al final puede que su voz se transfigure, se deslice, baile, vuele y se produzca el milagro de los panes y los peces.
Manzana sobre mesa traspasada por luz de amanecer.
Caballo inmóvil en la nieve.
Mujer que se peina frente a un espejo.
Hombre que llora y balbucea mientras vierte versos sobre un líquido que burbujea y mira a la cámara y sabe que nada es cierto y no entiende pero siente en la convicción de la ficción.
Así es, no le de más vueltas.
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