A la de tres.
El
rocío nos mordió de madrugada, los mastines espantaron el rebaño de goces,
azafrán derramado en la mesa, flores secas y música ajada.
La
estancia era dulce y transparente, sentí tus huesos acariciar los míos, te
busqué el cuello con los labios y encontré la húmeda puerta de mármol, nos
miramos y el vértigo nos anegó.
Lloramos
de tan felices.
Agitabas
pulseras en tus tobillos desnudos.
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