M7
Entre ella y yo hay un océano, varias cordilleras
y una mirada, su silencio y mi mano que buscaba la suya tanteando en una
pradera de prejuicios, costumbres, calendarios y miedo, hay que decirlo, que la
lluvia nos llevó por calles con gentes que se guarecían bajo los alfeizares,
que las escaleras que bajaban al metro eran como un río de ojos que se clavaban
en mi frente culpable antes de ningún pecado, culpable por el solo hecho de
estar allí, a su lado, en la despedida, tan corta, tan torpe, mi camisa mojada,
mi sentido común en los charcos, mi soledad aún más grande cuando ella desapareció
entre paraguas y gritos, domingo partido en mil pedazos y yo allí,
conmocionado, invocando a un demonio que me cambiase el alma por un pasaporte
rojo en el que se pudieran alterar las fechas, no vino, recé entonces plegarias
antiguas y tampoco se produjo el milagro de ser otro, aquel, el de entonces, el
de la fotografía volando en Laga y sorteé el espejo roto, los mariachis, las
maldiciones, el cuarto vacío del hotel, los gritos en la calle, las
detonaciones que confundí con disparos, Coyoacán y enero como la cinta de seda
en la meta de un maratón que aún no he corrido. Me ahogo dentro de esta escafandra de soledad. Escribir así ni
siquiera es liberación, es confusión, es borrar nombres de los mapas,
cambiarlos, torcer las carreteras, los caminos, la fecha en los billetes del
autobús, los paraguas goteando en la bañera, mi deseo de abrazarla y dejar que
se desangre mi alma en remordimiento y dolor, pero después.
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