miércoles, 7 de mayo de 2014

Eso mismo


El presente es siempre oscuro.
Sus mapas son negros.
(Mark Strand)




Habíamos partido, tiempo ha, desde una ciudad bañada en brumas -qué fastidio contar siempre lo mismo-. La travesía fue larga y nos aprendimos de memoria cada ola, cada tormenta, cada amanecer desde el ojo de buey del camarote de segunda clase. La emoción del viaje se concentró entre el seso y el sexo. Cuando le dije que no, que aquel barco no seguía el rumbo que había trazado en su mapa, que no llegaba a ningún puerto conocido (por ella), saltó por estribor (1).

Me quedé en la proa (2) con los brazos en cruz (DiCaprio retocado con photoshop para parecer este que era) hasta que las gaviotas del absurdo se posaban entre mis dedos ateridos, como alambres tendidos desde un balcón colgado en ningún patio de gatos.

Fue un mal tiempo que duró demasiado para aguantar el tipo, el gesto, la imagen que día a día se deterioraba hasta llegar al hombre elefante (y ahí no hubo software gitano para remediarlo) que se retorcía de dolor, de impotencia, de amor (3).

Por mi parte no hubo valentía para quedarme en el barco, ocurre que no sé nadar, ocurre que no sé nada, ocurre que entonces (y ahora) soy un tonto vestido de románticas mentiras onduladas que me repito frente al espejo, que me las digo tantas veces que ya ni me las creo e invento otras y así, a veces soy yo y a veces no.

Pero volvamos a 2, allí en la proa, entre la nostalgia y la memoria, los vientos despeinaban mis cabellos que crecían y crecían, descontrolados, insolencia capilar que cegaba mis ojos, me entraba por las orejas, ensordeciéndome, no veía, no oía, solo mordía el recuerdo de la ausencia sin darme cuenta que mordía mi lengua, lo que hablaba se quedaba entre los dientes y así no hay manera, jo, que los balbuceos me impedían gritar en la borda, que había perdido todos los botes salvavidas, que la cabeza no me entraba ya por los aros flotadores, que parecía un náufrago aún antes de embarrancar(4), que embarranqué, claro, sin icerberg, no hizo falta, que aquella que saltó al mar en 1 desapareció para siempre entre la niebla del nuevo mundo y, oye, que ya ni recuerdo como se llamaba, que se me han borrado las líneas de sus pómulos, que ya no huelo el aroma de su nuca, que corro como Jones por el contorno del salto congelado en foto fija que se reduce a 100: 90, 80:72, 60:54, o así y el amor de 3 es difícil de conservar con estas temperaturas, si es que fue amor, que ya uno duda, incluso dos duda, y el 4 de embarrancar se convirtió en un pretexto para realizar una limpieza general de las sentinas del alma y quedó el armazón del buque limpio como los chorros del oro y navego por mares tropicales, indiferente a ciclones y a la madre que parió a todas las desgracias naturales como la vida misma.

Hoy me miro al espejo y veo la cara de mi abuelo, ni siquiera la de mi padre, pinto los paisajes tan exactos que nunca sé si estoy dentro o fuera del cuadro- como me dijo Dickinson, Emily, “lo Interno –pinta lo Externo“- y, la verdad, si todavía cuento estas batallas será por algo, será por esas marcas internas que dejaron pinceles del dos mil y pico y los siguientes, sin manos, pulso, luego y DF, Oaxaca, el refugio victorioso de Boca del cielo, DF de nuevo, he alterado el orden hasta llegar a la biblioteca lacaniana, al edificio del saber desde/hasta donde salté sin alas, sin Pegaso, sin red y, lógico, mientras siga en el aire no hay peligro de dejarme la nariz en el suelo, como en una película de dibujos animados, sin ratón ni gato, y esta serie ya la he visto. Por favor, para la próxima vez que me embarque recordarme que me mareo con las mareas del Mar. Eso mismo.



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