Algo efímero.
No
somos hijos de los dioses. Somos nietos de los monos arborícolas y primos de
los chimpancés. Y a mucha honra. No somos el ombligo del mundo, pero nuestra
curiosidad y nuestra simpatía se extienden por doquier. No pongamos fronteras a
nuestra ansia de conocer ni diques artificiales a nuestra ansia de amar.
Sintámonos a gusto en nuestra propia piel, inmersos en la corriente de la vida
y en gozosa comunión con el universo entero. En la lucidez incandescente de la
conciencia cósmica se esconde la promesa de la sabiduría y la felicidad.
Jesús
Mosterín: Conciencia Cósmica
Cada
texto que aquí dejamos permanece, aunque casi nadie lo lea. Damos por supuesto,
aceptamos esta condena al anonimato, al silencio, a la paradoja de una fecha en
azul, en verde, una marca, un título, lógica indiferencia entre infinitas
propuestas, diversidad, laberinto que a veces tiene luces, otras, sombras,
otras golpean las paredes y siguen, indiferentes al Minotauro y al hilo que les
ciñe la cintura.
Durante
meses, adelante, escribimos, nos leeremos, hasta el otoño.
Propongo,
ahora que mayo florece, el poema efímero, de un día, dejarlo aquí un lunes,
desnudo, fiero, con colmillos y garras, con alas de oropéndola, con ojeras, con
el azul vestido de la poesía. Quitarlo el martes, con alevosía, de madrugada,
borrarlo, destruirlo, apretujarlo en una mano y echarlo lejos envolviendo una
piedra, un desafío, este ha muerto, vendrá otro, quién no estuvo lo ha perdido,
quién no pasó la puerta no ha comido del pan recién horneado, encuentra el
vacío, la huella en la pared del cuadro ausente, habitaciones sucias donde vive
el viento, en Sancti Petri, poblado abandonado, hoy ya no, poema con caducidad,
sin permanencia, lee, sigue, vuelve, mañana no estará -¿quién garantiza el
mañana?-. y ahora tú y yo no miramos mientras junto al río recogen a los
ahogados y en el ascensor suena un concierto para oboe.
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