Mujer con erizos en la cabeza
“Mi
caso es, en resumen, éste: he perdido por completo la capacidad de pensar o de
hablar coherentemente sobre ninguna cosa.
(Carta de Lord Chandos de Hugo
von Hofmannsthal)
Esa mujer lleva erizos en la cabeza y un gato debajo de la lengua.
Sabe leer las rayas del alma. Sólo en la oscuridad deja desnudos sus pechos
breves, su vientre liso, las nalgas duras, las alas de su sexo.
Ese hombre es
apenas un animal que habla.
Tiene delante las
palabras, incluso aquellas que desconoce, son tantas que no puede juntar con
coherencia más de tres. Tiene una historia, solo una, esa, intenta contarla una
y otra vez, sortea el río entre su vida y el lenguaje. Cuando llega al
vocabulario oscuro se le queda entre los dientes como fruta madura. Pero no
calla, no, allá donde la voz duda recurre al gruñido, al grito, al balbuceo,
sonidos que intentan decir.
Las mañanas
taciturnas, las barcas rotas, el sol que juega con la niebla, perforación de
los días como grutas, serenidad desde la certidumbre, las olas luminosas
rompiendo en el acantilado del no saber, distancia, frontera, geografía de sentimientos
diferentes, coordenadas de un tiempo y un espacio nuevo...
“Alto, alto, no
entiendo nada. ¿Qué quieres decir?”
No lo sé, me dejo
llevar, me muevo entre el alboroto y la albórbola, entre la rutina y el aliento
de voces desde el otro lado del Muro.
“¿Cómo tienes el
ombligo? “
Enroscado, con
grapas sujetando el resto para que no se me desparramen las emociones por las
junturas del día a día, coloreado con tintes de permanganato.
“Sigue, sigue.”
“Sigue, sigue.”
Esa mujer vive en
un mirador insatisfecho, con macetas de geranios retorcidos, sin selva, quiá,
con un paisaje de Almería en la retina selectiva con sus off y on, con
limitadores de frecuencia, con una palabra en alemán debajo de un molar.
Ese hombre estuvo ciego,
vivía en las sombras, se golpeaba continuamente con las estalactitas
excéntricas, allí donde solo llegó un pastor extraviado.
Un día encontró una
puerta cerrada, la abrió y detrás estaban los helechos y las golondrinas, el
puente Rialto, la lectura del Paralipomenón, lo omitido.
Hasta aquí puedo
escribir. Hoy.
“Vale, hasta otro
día.”
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