Resortes.
Como señala Jorge Alemán en el prólogo de Psicoanálisis
de la Gula de Gisèle Harris-Révidi: “el primer acierto del texto que aquí
presentamos es que en lugar de dedicarse, como es propio de los últimos tiempo,
a teorizar y pensar clínicamente en la anorexia y la bulimia, dos patologías
exitosas en el ordenamiento clínico de los vínculos sociales actuales, se
aventura en una genealogía subjetiva del exceso; en este caso, ese que se
conoce bajo el nombre clásico de la gula”.
¿Qué es la gula? Una actitud ante la vida, un goce,
aire, agua, gusto, aliento, olores... Y palabras, y más palabras.
Acotar lo más posible la pulsión y el placer oral en su trivialidad, hablar de las tres comidas diarias y de su importancia como descarga pulsional es un proyecto que, hasta la fecha, no parece haber atraído a muchos estudiosos.
Y, sin embargo, las representaciones fantasmáticas se
crean en la boca, se piensan con la lengua y las papilas. Atravesarán, a lo
largo de toda la vida, la cotidianeidad tranquila y, vía afectos, agresividad
primaria e identificaciones primordiales, conducirán al mito, a la
trascendencia de la ética y de la imagen de los dioses.
Algún
resorte oculto ha puesto en marcha este artefacto de pasión y emociones, maquinaria trepidante y magnífica, ruidosa,
que nos envuelve en vapores que narcotizan, en un movimiento continuo tan
grato, que miramos embelesados, prisioneros de sus turbias poleas, de sus
émbolos arriba y abajo, de sus miles de pernos y cachivaches, de los conductos de colores transmitiendo mensajes líquidos.
Pulsemos
de nuevo el interruptor, que no se detenga esta mecánica de luces giratorias,
de sirenas en la noche, hilos tensados, acero brillante sobre la antigua
distancia de un sentimiento dormido y otro y otro. Que el ruido no nos deje
dormir. Insomnes. Atentos.
El
cíclope vigila en la atalaya.
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