Monique y el obrero del post
Me
he convertido en un obrero del post. He agotado los temas, me siento vacío de
ideas. Trato de encontrar alguna idea original y no me viene ninguna a la
cabeza. Por otra parte como mi vida es metódica, rutinaria, gris, no encuentro
anécdotas dignas de contar. Apenas viajo, no tengo amigos, ni novia, vivo solo,
no conozco a mis vecinos y mi carácter tímido me dificulta conseguir nuevas
amistades. La música no me gusta, ni los deportes, ni la televisión. Voy al
cine y leo, eso sí, son mis aficiones, las únicas. Y espiar a Monique.
A
las noches, escondido detrás de las persianas, con todas las luces apagadas, me
dedico a mirar a
mi vecina de enfrente, al otro lado del patio. Vive sola, aunque a veces viene
a visitarla un chico moreno con cara de aborigen australiano. Digo visitarla
por emplear un término amable, son encuentros excitantes, de alta temperatura.
Mirarla se ha convertido en mi única distracción. La veo cuando llega a su casa
y va dejando su ropa esparcida por acá y por allá, la falda sobre una silla, la
blusa en el sofá, habla por teléfono, fuma, se agacha, se mira en un espejo con
su mínima ropa interior, deben ser incómodos esos tangas.
No
sé cómo se llama, la llamo Monique porque me recuerda a la guapa protagonista
de una película francesa que vi el año pasado. Me excita, nunca he visto a una
mujer desnuda, quiero decir que nunca he estado con una mujer desnuda, bueno
sí, con prostitutas, pero no es lo mismo, me refiero sin pagar. Además ya
apenas voy a esos bares, se ríen de mí, debe ser mi aspecto de chico serio, o
las gafas, que tengo las orejas un poco separadas, que apenas hablo, lo paso
mal, son descaradas. Monique en cambio es dulce, o lo parece, fuma demasiado,
eso sí, pero es ordenada, bueno, no demasiado, tiene el piso con cierto
desbarajuste, pero se ducha, mucho, es muy limpia, se seca el cuerpo con
lentitud, se da cremas en las piernas, se cuida, me gusta mirarla, sobre todo
cuando se acaricia, lo hace a conciencia, lentamente, mirándose en un espejo.
¿Sabrá que la espío? Es la mujer de mi vida.
Esta
mañana decidí seguirla para saber dónde va, dónde trabaja, qué hace. Me gusta
mirarla, como camina, sus caderas moviéndose con energía. ¿Me decidiré a
abordarla? ¿Qué le digo? Habla por el móvil, animada. ¿Dónde irá por estos
barrios? Un hombre me para. Eh, ¿estás siguiendo a mi novia?. Y me
pone la mano en el pecho. Trato de zafarme pero el individuo es corpulento y
tiene mala cara, de australiano. Aparece Monique. Sí, este es el
zumbado que te dije, me viene siguiendo desde casa. Nadie se para a mirar,
el energúmeno me empuja. Bah, tío mierda, no tienes ni media hostia. Ten
cuidado. Y se van los dos, abrazados, riendo. Allí me quedo, humillado,
nervioso, mirando al suelo.
Pero
ahora, de noche, detrás de las persianas sé que Monique sabe que estoy aquí,
que esos gestos de placer cuando ese bestia australiano tan poco delicado
estruja sus pechos, besa sus hombros, acaricia sus muslos, mete la cabeza entre
sus piernas, son para que los vea, que esos gritos de gozo cuando ese bruto
penetra en su cuerpo son para que los escuche, que esas posturas de entrega,
esa sumisión, ese quejido de placer me los está dedicando la muy golfa. Pero,
la verdad, como mi vida es tan rutinaria no creo que estas cosas sean como para
ponerlas en un post. Bueno, ya se me ocurrirá algo.
(Fotografías
de Merry Alpern)
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