lunes, 12 de mayo de 2014

Monique y el obrero del post



Me he convertido en un obrero del post. He agotado los temas, me siento vacío de ideas. Trato de encontrar alguna idea original y no me viene ninguna a la cabeza. Por otra parte como mi vida es metódica, rutinaria, gris, no encuentro anécdotas dignas de contar. Apenas viajo, no tengo amigos, ni novia, vivo solo, no conozco a mis vecinos y mi carácter tímido me dificulta conseguir nuevas amistades. La música no me gusta, ni los deportes, ni la televisión. Voy al cine y leo, eso sí, son mis aficiones, las únicas. Y espiar a Monique.



A las noches, escondido detrás de las persianas, con todas las luces apagadas, me dedico a mirar a mi vecina de enfrente, al otro lado del patio. Vive sola, aunque a veces viene a visitarla un chico moreno con cara de aborigen australiano. Digo visitarla por emplear un término amable, son encuentros excitantes, de alta temperatura. Mirarla se ha convertido en mi única distracción. La veo cuando llega a su casa y va dejando su ropa esparcida por acá y por allá, la falda sobre una silla, la blusa en el sofá, habla por teléfono, fuma, se agacha, se mira en un espejo con su mínima ropa interior, deben ser incómodos esos tangas.



No sé cómo se llama, la llamo Monique porque me recuerda a la guapa protagonista de una película francesa que vi el año pasado. Me excita, nunca he visto a una mujer desnuda, quiero decir que nunca he estado con una mujer desnuda, bueno sí, con prostitutas, pero no es lo mismo, me refiero sin pagar. Además ya apenas voy a esos bares, se ríen de mí, debe ser mi aspecto de chico serio, o las gafas, que tengo las orejas un poco separadas, que apenas hablo, lo paso mal, son descaradas. Monique en cambio es dulce, o lo parece, fuma demasiado, eso sí, pero es ordenada, bueno, no demasiado, tiene el piso con cierto desbarajuste, pero se ducha, mucho, es muy limpia, se seca el cuerpo con lentitud, se da cremas en las piernas, se cuida, me gusta mirarla, sobre todo cuando se acaricia, lo hace a conciencia, lentamente, mirándose en un espejo. ¿Sabrá que la espío? Es la mujer de mi vida.



Esta mañana decidí seguirla para saber dónde va, dónde trabaja, qué hace. Me gusta mirarla, como camina, sus caderas moviéndose con energía. ¿Me decidiré a abordarla? ¿Qué le digo? Habla por el móvil, animada. ¿Dónde irá por estos barrios? Un hombre me para. Eh, ¿estás siguiendo a mi novia?. Y me pone la mano en el pecho. Trato de zafarme pero el individuo es corpulento y tiene mala cara, de australiano. Aparece Monique. Sí, este es el zumbado que te dije, me viene siguiendo desde casa. Nadie se para a mirar, el energúmeno me empuja. Bah, tío mierda, no tienes ni media hostiaTen cuidado. Y se van los dos, abrazados, riendo. Allí me quedo, humillado, nervioso, mirando al suelo.


Pero ahora, de noche, detrás de las persianas sé que Monique sabe que estoy aquí, que esos gestos de placer cuando ese bestia australiano tan poco delicado estruja sus pechos, besa sus hombros, acaricia sus muslos, mete la cabeza entre sus piernas, son para que los vea, que esos gritos de gozo cuando ese bruto penetra en su cuerpo son para que los escuche, que esas posturas de entrega, esa sumisión, ese quejido de placer me los está dedicando la muy golfa. Pero, la verdad, como mi vida es tan rutinaria no creo que estas cosas sean como para ponerlas en un post. Bueno, ya se me ocurrirá algo.



(Fotografías de Merry Alpern)


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