Seguridad emocional
Llegué, llovía, ella esperaba en el andén entre emigrantes de sí mismos y faraones sin séquito, sin camellos ni equipaje. Un taxi amarillo sorteó los charcos y nos dejó indecisos frente al hotel con habitaciones como metáforas.
Hacía pocos días que habían ahorcado a los últimos adúlteros y tuvimos un exquisito cuidado en falsear miradas de fogata, arrullos previos, los brazos estaban silenciosos, el corazón latía en un tres por cuatro de blues arrabalero no fuera a ser que después de tanto tiempo en la hondonada de no vernos, nos devorásemos con los ojos en el hall inhóspito, una rebelión de dedos y labios, ojos descascarillándonos mutuamente.
En los pasillos policías informados, uniformados en negro en busca de cualquier atisbo de cariño, pasión dentro del armario, deseos humedeciendo las paredes con papel pintado en verde, gorriones en la balaustrada de los suicidas.
Dentro, en la habitación, room 201, el paisaje de la colcha con pájaros bordados que ella, escrupulosa, retiró con dos dedos, el runrún del aire acondicionado, un desayuno inglés, lo que quedaba, las sábanas aún tibias, olor del otro, Otro, mi suplencia.
“Voy a ducharme”, dijo, esperé, me entretuve en imitar voces, en mirar el iPhone con disimulo, en comprobar que los músculos estaban tensos. Salió desnuda, secándose el pelo gris con una toalla anaranjada, no entendí qué me gustaba de aquel cuerpo enjuto de muñeca rusa, luego habló y el mundo se volvió del revés justo en el momento en que los soldados de seguridad emocional entraron en tromba y ya todo fue confusión y golpes.
2 comments :
Las pasiones prohibidas siempre tuvieron mala prensa, pero nunca habían llegado a la distopía que tan bien recreas, esperemos nunca llegue a eso, aunque por el camino que lleva todo, quién sabe? : ) Un beso!
María que maja eres. Mira, voy de una punta a otra de España y en este momento no sé muy bien dónde estoy, creo que en el Fin de la Tierra. Te contaré. Un beso
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