Fin de temporada
Llevábamos apenas una semana en
aquel pueblo del Sur, el verano empezaba a agriarse, cada día llegaban menos
turistas.
Paseábamos por la playa,
lloviznaba. Las olas rompían en la orilla con un ruido atroz, después la espuma
se deslizaba por la arena como una veloz caricia húmeda. Ni siquiera los
surfistas se atrevían a entrar en el agua.
No hablábamos. Un caballo pastaba
en las dunas. Las gaviotas iban y venían, graznaban sobre nosotros.
─Me voy ─dijo, sin
mirarme.
─Bien ─contesté,
seguí caminado.
No se dejó nada en la habitación
del hotel, ni siquiera una nota de despedida. Dejó pagada su parte. El taxista
me dijo después que la había llevado al aeropuerto de Jerez, que no dijo ni una
palabra en todo el trayecto.
Aquí no hago nada, me vuelvo a
casa.
No sé dónde está mi casa.
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