Monos
Desperté en la mitad de un prado inmenso, de un verde intenso, el sol asomaba sobre una montaña negra. Miré hacia arriba sorprendido por una bandada de extraños pájaros volando en V. Por mi cabeza pasaban tantas sensaciones que apenas podía ponerlas en orden, clasificarlas, esa absurda manía de controlarlo todo, como si pudiera, una señal más de mi inseguridad. No reparé en aquella especie de niños peludos que se movían con lentitud, que se acercaban con precaución, mirándome y mirando alrededor, temerosos. Uno de ellos, el más grande, llegó a unos dos metros de mis pies descalzos, olió el aire, emitió dos gruñidos y todos los monos se sentaron a mi alrededor. Sin atreverme a contraer ni un músculo me concentré en sus afilados colmillos, en sus ojos enrojecidos, en sus movimientos nerviosos. Así pasó el día, con mis miedos, a lo lejos rugían las fieras, un enorme animal parecido a un elefante comía hierbas a un lado del camino. Luego me dormí.
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