Nancy
Ya
está la luz apagada, ¿qué quieres que haga ahora?
Supongo que supones que debo saltar alborozada como si nada hubiera pasado, dar volatines de espaldas y caer de pie, romper un alfabeto y contestar con gracia, con salero, esparcir flores en los altares de vírgenes negras, darme golpes de pecho, agradecer tu gesto, tu deferencia, el altruismo hacia las desocupadas emocionales, las personas con desiertos en sus bulbos raquídeos, de otra condición cultural, sentimental. No
No, no me toques, ni me roces.
Me hablas, magnánimo, frío pero generoso, distante pero correcto, con el gesto regio de dejar un óbolo en la cestilla del pobre que se sienta a la puerta de la catedral, con la simpática inclinación de cabeza al que limpia las ventanas subido a una escalera, sumo sacerdote sin tiara, sin plegarias ni incienso, patrón en la proa con el índice de la mano derecha señalando el norte, la dirección correcta. Jo.
No soporto ni un minuto más que me trates así. Adiós. Que te den.
(Al dar la luz vi sus lágrimas)
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