Gérard Uferas © Musée du Louvre
Un día disfruté de la hermosura de la traición, tú
no sabes querer y la puerta se cerró, me quedé en el quicio, sin
apuro, sin tocar en la madera leve, en la aldaba de bronce, en el corazón que
corría. Justo entonces empezó una lluvia negra. Thomas Mann sostenía que el
arte es moral cuando despierta la conciencia, así se lo planteé al hada
envenenada, aquella que utilizaba una varita mágica estropeada, incapaz de
convertirme en príncipe azul, continuidad en los parques y en mi estado de
batracio. Croac.
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