Mi pingüino favorito
Mari Fe era morena, huraña, apenas hablaba. No sé cómo pude dormir a su lado durante tantos meses.
Cuando me dejó, mientras planchaba las camisas, mi tía María me sugirió – necesitas un pájaro-.
Al año siguiente me abandonó Txus. Con ese nombre, sin cortarse, dijo que era un aburrido y un maniático, que prestaba más atención a mis libros y discos que a ella. Aunque las tres cosas eran ciertas me molestó, no tanto como para caer en una depresión, pero sí para estar permanentemente triste.
Al verme así, mientras me enseñaba a preparar huevos con bechamel, mi tía María repetía –tengo la solución, un pájaro-.
Era sábado y muy temprano me despertaron varios timbrazos. Abrí la puerta medio dormido y ahí estaba mi tía con un pingüino. Ante mi sorpresa me dijo que era lo que necesitaba, que este animal me ayudaría a combatir la soledad. Y se fue.
Pasé al pingüino al salón y allí nos quedamos los dos, mirándonos sin saber qué decir, era bizco y tenía el pico triste. Como era invierno, lo primero que hice fue apagar la calefacción y ponerme un jersey, después abrí una lata de berberechos, que era lo único adecuado que había en la despensa para una supuesta dieta del ave. El pingüino ni la miró y entré a Google para conocer las costumbres de estos bichos.
Ya instruido, en el centro comercial compré krill, sardinas y calamares y volví a casa con la idea de ser un buen compañero para mi nuevo huésped. Me puse un abrigo, dejé las ventanas abiertas y una generosa ración de pescado en un cuenco. El pingüino palmeó, me miró con ojos agradecidos y se zampó su ración, después se quedó dormido apoyado en la tabla de planchar.
Han pasado dos semanas y entre nosotros se ha creado una buena amistad. Me recibe cuando vuelvo del trabajo y se queda a mi lado, silencioso pero atento, no pide nada y es cariñoso. A veces se mete al frigorífico y está allí horas, me da miedo que se ahogue. Me está saliendo un poco caro en la comida, se ha vuelto un sibarita, tengo que pelarle las gambas ya que de otra forma no las traga, pero me da tanto afecto que me enternece. En este pueblo hace mucho frío, los domingos me lo llevo al estanque, allí el pobrecito está muy a gusto. Cuando llegue el verano no sé dónde lo llevaré.
No he vuelto a tener novia pero mis sobrinos están encantados cuando me visitan. Me he apuntado a un club de propietarios de mascotas y allí he conocido a Mariam que tiene dos, pingüinos, y unos ojos verdes preciosos. Como siempre va muy abrigada no sé bien cómo es, pero creo que me estoy enamorando.
Nunca podré agradecer bastante los consejos de mi tía María.
La vida sigue.
(Y este relato)
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