domingo, 9 de febrero de 2020

Parker y la libertad del tumulto.



Le llamo Parker.

Parker.

Resulta que este Parker esta tumbado en la playa (quizás debería decir en una playa), tomando el sol y pensando (quizás debería decir añorando), con los ojos cerrados hace balance de su vida, siempre le sale negativo (excepto en la contabilidad B, esa que no puede mostrar).

Ordena, clasifica el antes, todos los antes, descarta, numera, elimina, descubre, se sorprende, evoca, ¿dónde está la felicidad?, ¿alguna vez fui feliz? (se pregunta). Algún recuerdo, un nombre, otro, dos más, se le han quedado atravesados y se entristece.

Alrededor cuerpos (casi) desnudos sobre toallas de colores, niños jugando y gritando, arriba gaviotas y enfrente el mar, calmado, de un sorprendente verde, a lo lejos barcas con pescadores (o contrabandistas, o piratas, o submarinistas antes de sumergirse, o bellas damas en atrevidos bikinis o sin ellos, los de la regata).

Es lo que tiene el verano, hay tiempo para mirar y pensar y recordar y aburrirse y saber.

Parker le da vueltas a eso de la felicidad, ¿es feliz? (se pregunta de nuevo)

Por la orilla pasean incansables los recolectores de conchas, las señoras con varices, los señores de estómago prominente, los niños que tiran arena a otros niños, las madres que se cuentan sus cuitas y sus mentiras, alguna verdad, los hombres que exageran, un perro siguiendo a su cola en círculos, un peregrino despistado, Parker.

Después de  varios kilómetros de espuma con agua hasta los tobillos, de mirar a los buzos recolectores de longueirón, disimular con las paseantes top less, resistirse al baño en aguas tentadoras pero frías, Parker sigue obsesionado, pensando si en este paraíso (quizás debería decir Paraíso) es feliz (qué pesado).

Vuelve a casa por el camino más largo, opta por el sendero entre los pinos, algo se ha movido en su cabeza. Se cambia de ropa, escoge una camisa blanca y un pantalón negro, los mocasines bonitos, un cinturón de cuero, la cartera con dinero, las llaves del coche, se sube en ese coche, pone música (Cream, Strange Brew), arranca, se pierde en carreteras que llevan a ningún sitio, se pierde en antros oscuros al lado de esas carreteras, bebe junto a mujeres brillantes y caras, bebe mucho, ¿es feliz así? (me pregunto)  y ahora puedo seguir contando que se sube de nuevo en el coche, pone música (Bye-ya, Thelonius Monk) conduce haciendo eses  y en una curva traidora se precipita al mar en una perfecta parábola por los aires.

Pero tengo cariño a este Parker, mañana quiero seguir escribiendo sobre él y no es cosa de andar resucitando a los personajes que me invento (o no).

Eso, que pierde el coche pero como nada bien, se salva. 

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