Cuento de horror
La mujer que amé se ha convertido en un
fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones. Todavía recuerdo, era un día de
diciembre, en concreto el día 28 y todo parecía tan tan especial que era el día
de Navidad. Así fue el primer día de mi vida, a la edad de 10 años, descubrí
que una chica llamada María era una
chica diferente a las demás. No era ni más alta, ni más gorda, ni más lista ni
más tonta, simplemente era diferente a las demás. O al menos mis ojos la veían diferente. Iba sabiendo que esa chica sería la mujer de
mi vida. Sería la única persona de este mundo que me podía hacer feliz y
completarme en todo. Su presencia solía
darme una felicidad inexplicable.
Tanto la amé
que, sin darme apenas cuenta de mi espíritu, le fui robando de su
libertad individual. Ella también me quería porque se daba cuenta de que mi
amor hacia ella era de verdad. Pero no fui capaz de controlar mis celos y
dejarle ese espacio de libertad personal que tanto un hombre como una mujer
necesitan.
Tanto la quería que, sin darme cuenta, un día pidió alejarse de mí y se fue. Se fue
a buscar ese espacio de tranquilidad que yo mismo le robaba.
Y año tras año, y ya han pasado 33, aquella niña
que me dio tanta felicidad se me ha convertido en una gran pesadilla diaria.
Esa pesadilla se ha convertido en una historia de horror por culpa de la que no
puedo dormir. Cada noche acude a mi cabeza, a mi mente, a mis sueños.
Mi cabeza se ha convertido en el lugar de sus
apariciones. Mi cabeza se ha convertido
el castillo donde el fantasma vive.
Juan José
Arreola
Cuento de horror
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