LPA
Un niño se ha perdido en Central Park,
mira a su alrededor, desconsolado. Mi madre tiene un abrigo
verde. Corría detrás de una pelota y de pronto el mundo se ha
derrumbado. Se deshace en lágrimas. No acierta a comprender.
–Niño,
¿qué te ocurre?
Una
dama fuma sentada en un banco que tiene una placa metálica con una inscripción:
“paz de la mente, claridad de pensamiento,
felicidad eterna”. Mira más allá de Bethseda Fountain. La persona a
quién espera se ha retrasado más de dos
horas. Ya no vendrá. Sigue sentada.
–Por
favor, ¿me da fuego?
Un hombre de mediana edad, sudoroso, con pantalón corto, jadea apoyado en
un árbol. Lleva muchos minutos pero aún no se ha cruzado con la mujer rubia del
otro día. Sigue corriendo. Esto no ha sido una buena idea. Se
ahoga.
–Oiga,
¿se encuentra bien?
Encuentro una fotografía de Elliot
Erwitt, el título me sugiere un poema. Doy vueltas y vueltas a mi
cabeza sin encontrar inspiración, ni motivo, ni palabras. Me miro al espejo y
advierto que en el pecho llevo un gran cartel con una palabra: lost. Me
sorprende no haberme dado cuenta antes o que ninguno de mis cuatro hijos me
haya dicho nada. Ni las señoras del cuarto del fondo. La princesa hace tiempo
que no me mira. Vuelvo a mirarme al espejo y ya no estoy. En realidad este muro
es una lost persons area.
–Perdone,
¿por qué puerta se sale?
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