El muerto
Daniel Labrosse
El muerto. Nadie sabía quién era, por supuesto a nadie se le ocurrió llevar
flores a su tumba. Era joven, en el infierno no hay sitio para los viejos, sus
pasillos están decorados con retratos de dioses enfermos, con lirios que crecen
en las riberas del estanque de fuego, donde se tortura a los poetas, las
calderas donde gritan los escritores con libros que hierven en sus cabezas de laberintos. Hay una habitación con artilugios para hacer confesar a los
sacristanes equilibristas, al párroco que se dormía en el confesionario, al
implacable perseguidor de herejes, al azote de la adultera presa de sí misma.
Parker escucha el eco de los salmos, el plash del salto de los salmones, el
trueno de motocicletas en la carretera de vuelta, el silbido de un diablo de
cuernos rojos parado en la señal de limitación de velocidad, prohibido aparcar,
los actores italianos se mueren en el escenario, ya no quedan plazas en el
infierno.
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