Terror en el supermercado
No había reparado en ellas, pertenecen a un género
invisible para mí, pero aquí están y vienen a por nosotros. Te las cruzas por
la calle y no te miran, te ignoran, quizás farfullan algo y siguen su camino,
sinuosas, pegadas a la pared, siempre con una bolsa en la mano. En ese terreno
son inofensivas, sus dominios son las panaderías, las fruterías, los
supermercados, las pescaderías, todo lo referente a tiendas de alimentación.
Ahí estás perdido, siempre tienen prisa, te empujan, te golpean con los codos, no te miran. Ten cuidado con sus carros de la
compra, son mortíferos como la cuadriga de Ben Hur, te buscan los tobillos, lo
manejan con pericia, te dan donde duele, en el hueso. Nunca te piden disculpas,
se mueven rápido de un extremo a otro de los mostradores, siempre buscan el
producto que está a tu lado, te retiran, te pisan y siguen mirando al frente.
Si las tienes justo detrás en la fila para pagar sientes sus ojos en tu nuca
como un puñal, te meten los dedos en la espalda si tardas un segundo en moverte
cuando te toca el turno. Son mujeres de más de 70 años, dulces abuelas en la
intimidad transfiguradas en máquinas de supervivencia en las tiendas. No hay
nada que hacer, estamos perdidos, son un raza superior, lo mejor es rendirse.
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