domingo, 18 de agosto de 2019

Charlotte Brontë


“Emily amaba los páramos. Para ella en los brezales más sombríos florecían flores más brillantes que las rosas. De un lóbrego hueco en la lívida ladera de una colina, su espíritu podía hacer un Edén. Encontraba en los desolados campos solitarios muchos y gratos placeres, y no el menor ni el menos querido era el de la libertad […].
La libertad era el aliento de Emily; sin ella perecía. El cambio de su casa a la escuela, de su propio modo de vida, silencioso, apartado, pero sin sujeciones artificiales, a otro de rutina disciplinada (aunque bajo los más bondadosos auspicios) era lo que no podía soportar. Su naturaleza probó ser aquí demasiado fuerte para su entereza. Cada mañana, al despertar, la visión de su casa y los páramos le asaltaban para oscurecer y entristecer el día que empezaba. Ninguno conocía su mal, excepto yo. Demasiado lo sabía. En esta lucha su salud no tardó en quebrantarse: la palidez de su rostro, su delgadez, sus fuerzas debilitadas, amenazaban un rápido decaimiento. Me dio el corazón que moriría si no volvía a casa, y con esta convicción conseguí que la hiciera regresar.”
Charlotte Brontë
Memorias de Emily Brontë

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