De Cafrune y otros.
Estaba
aburrido de canciones tontas en un castellano que no decía nada excepto “tú y
yo”, “te quiero”, cursilerías así. Ese
tema lo tenía aprobado, no solo en música, quería buscar el otro lado, lo oscuro, lo que no
conocía.
El
Buchanans era un bar de gente mayor (de más de 30 años), con diferentes famas,
entre ellas la de tener buena música. No sé porqué entré aquella noche, quizás
porque me habían dicho que en un reservado se jugaban tremendas timbas de
póker, policías de paisano con trajes grises, revendedores de entradas,
macarras, empresarios de medio pelo. Me imaginaba además señoritas con
escotados vestidos rojos y plumas de marabú, fumando y riendo, apoyadas en los
hombros de los jugadores (la imaginación junta el hambre con las ganas de
comer). Todo aquello le daba un plus de
peligroso exotismo.
El
bar estaba vacío, era el único cliente. Mientras tomaba un cubalibre el camarero,
aburrido, me miraba con un gesto de no
saber qué hacía allí un chaval solo. Terminó una canción de música suave, cambió
el disco y empezaron unos acordes de
guitarra seguidos de una fuerte voz, rotunda, que decía algo diferente, frases
que evocaban poesía, lucha, orgullo en la pobreza, rebeldía, qué sé yo, cuando
eres joven todo lo viejo te suena nuevo. Pregunté quién era el cantante, el
camarero me perdonó la vida con su mirada, volteó la funda del disco y dijo,
“un tal Jorge Cafrune, ¿te gusta?” Me gustaba, claro que sí, mucho. Me fui y al
día siguiente me compré el disco, con él empezó una larga etapa de pasión por
esa música argentina. Luego, tantas pasiones de variados tipos, las modas y el
tiempo la dejaron en este recuerdo que ahora comparto.
Pero
me sigue gustando.
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