El sentido de un final
“El
sentido de un final”. Hay veces que una película se mete por las rendijas de
tus propios recuerdos y te altera, emociona, agita, se agarra a tu estómago, a
tus pulmones y no digamos al corazón. Puede parecer exagerado, quizás lo es,
pero ese momento en el que te ves en otro es revelador, demasiado, te arrolla.
En
una farmacia de un barrio en Coruña, personas esperando, en un momento se
producen varias escenas, teatrales. Sale a la calle el marido de la
boticaria, ella le despide afectuosa,
desde dentro levanta tres dedos y dice en voz baja, sonriendo, “le encargo tres
cosas, seguro que ya ha olvidado una por lo menos”. El marido baja la calle con
gesto ausente, ensimismado, casi puedo estar dentro de su cabeza.
En
casa de Guada, tan acogedora, ella, hablamos de muchas cosas, los tres, sobre todo
sentimientos, cosas de dentro, no estoy
acostumbrado, me siento frágil, desnudo, vulnerable. Me defiendo, hago bromas,
por fin cuento, me explayo, me sincero, las dos me miran serias, atentas, sin
interrumpirme, al final dicen a la vez, “está bien, es lo mismo que contaste el
otro día” y sonríen, cariñosas. Mi discurso, ese que tanto me cuesta verbalizar
debe ser así de sencillo, tan normal, tan vulgar. Quizás lo cuento para dar
misterio a la nada.
Con
mis amigos no hablo nunca de lo de dentro, faltaría mas. Con mis amigas es
mejor no hablar de lo íntimo, es otro mundo el suyo, te sientes en primaria, un
principiante. Creo que por eso a una edad te vuelves mudo.
Esto
ha empezado por “El sentido de un final”, un gran libro de Julián Barnes y una
adaptación al cine muy recomendable, a degustar por personas mayores (no de
edad, de experiencias).
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