Almendras
Nunca me dijiste que te
gustaban las almendras. Lo pienso mientras peregrinos rezagados recogen conchas
escondidas entre las algas que pintan Langosteira de verde. Ahora me entero,
por terceros, que eso de ser zahorí nunca entró en tus planes. Que busquen otros –dijiste-. Recurro a los
atardeceres liberados por fin de la melancolía.
Se me ha quedado la garganta como una empalizada con palabras
ensartadas, las que no supe emplear, las que se secaron como congrios en los
tendederos de Muxía. Una tribu alegre, desnuda de silencios, pasea arriba y
abajo en este exilio convertido en paraíso, ya ves. El Faro ya no es lo que era
o yo no soy el que era o el Pindo está más alto o por fin lo he entendido,
esto, ni más ni menos, es la vida. Nunca es tarde.
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