(Risas)
Amada mía, por tantas cosas que tú sabes o no sabes,
quiero recuperar todos los otoños, buscar por las esquinas de la memoria
aquello que te evoque, gritar por los desiertos hasta tropezarme con lo
imprevisible, renacer.
En lo más profundo de esta
gruta sin imágenes, sin lenguaje, levantaré un monasterio, seré un tonsurado
monje ferviente, orando hasta que regrese mi voluntad de volver. Aún debo saber
dónde.
Mientras tanto escarbo en los
paisajes oscuros, en el musgo, en la
sombra de las estrellas, busco algo que me devore de impaciencia y deseo,
espero aquello que ignoro, quizás el sexo, quizás una palabra, ven.
No te olvido pero está
terminando el tiempo de la vendimia y esta absurda música del destino incierto
me aburre, tanto.
Te cuento que todo esto ya me
da risa.
Te cuento que ha vuelto a
llover y que el amor no tiene piedad ni paciencia, quiere consumarse mientras
brilla y arde, el amor es la rebelión de lo lógico.
Te cuento que eres la huella y
el pasado, mi artimaña para seguir aquí, que eres un tren que circula de noche,
sin paradas en esta estación.
Y aun así.
(Risas, de ella)
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