Parker se numera.
Parker
olvidó la poesía y tiene el número 16.444 guardado dentro de una caja de zinc.
16.444, lo repite como mantra, como liberación, lo invoca, entra en él,
es y no es el número, no quiere serlo, es un orgullo y una condena, una cadena,
nubes rojas, caminar al amanecer, jazz y leer bajo la parra un libro de
Quignard.
Al
compás de ese número glorioso, 16.444, deja bajo la piedra una secreta
corriente de estrellas del sur, de almanaques rotos, de probetas y amianto, de
odios y luchas, descubrimientos que se le incrustaron en una esquina del alma,
que encendieron la perversa lámpara del desconsuelo. Parker sabe que es
demasiado pronto y deja de jugar con la alquimia y el azafrán, se asoma al balcón y mira el
cielo, en el monte arden los bosques y en la ciudad hay un crimen cada 16
minutos. Llueven manzanas y jilgueros pero no es suficiente para apaciguar su
espíritu, quizás sea mejor esperar.
Espera.
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