Parker y las cosas sencillas
Jacek Malczewski
Parker parece un viejito cándido con la camisa arrugada flotando por encima del pantalón. Usted lo ve
desde fuera y es un abuelo tierno, alguien que no tiene quién le aconseje cómo
vestirse. Nadie sospecharía de él como un ladrón de ostras en Arcachón,
vagabundo en los trenes de Renfe, ingenuo buscador de oro en las Médulas,
corresponsal de un periódico de provincias (en Burgos concretamente). Además de
lo que alguno sabe.
Para Parker escribir es más importante
que vivir, piensa que somos más lo que escribimos que lo que somos, en eso está
de acuerdo con Enrique Symns, aún cree en la palabra, en su carácter
transformador, su potencia de invención, conjuro, exorcismo. Vete. No. Quizás.
Podemos ser amigos. Mierda.
Ahora toca lo de volver a publicar ciertos
textos, ciertos nombres, ciertas músicas, poner en circulación ideas que pueden
ser fecundas aunque este no parece ser
el mejor momento lector. Para equilibrar comparte fotografías, colores
básicos, elementos propios del principio, imagina que todo empieza de cero. A.
Todo. Él. "Solo hay yo". Yo.
Marcuse dice que la cultura es “aquello
que debe ser afirmado indudablemente”. Parker dice que la cultura es sí y que
el arte es no, negar precisamente lo que se sabe, buscar en lo
oscuro. No encontrarlo. Arte. No la industria de la Cultura, no a su ministerio.
Arte. Cuando se vende es mercancía. Parker no vende solo porque nadie le
compra. Lo sabe. Arte.
Ahí va, mientras avanza más problemas
descubre para describir cosas sencillas.
Un día, esperando para comprar el pan suena
el teléfono y Parker ni se inmuta. “Te llamé y no contestaste”. “No sabía si
era el mío”. En resumen, la vida está llena de teléfonos que suenan sin que
nadie conteste. Arte. Todo. Solo hay yo. Mierda. Yo. Parker.
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