Paul Fenniak, Late Visitors, 2017
Puedo decir (aunque mienta) que esto
de hoy, esto, está dedicado a los viajeros de sí mismos, a los que transitan
por esas interminables distancias interiores, esos que nunca llegan a su propio
destino, los que siempre están detenidos en andenes intermedios entre la salida
y la nada, entre ser o haber sido, entre recuerdos y el tiempo escapándose de
las manos que acunan el vacío, dedos que señalan la inmensidad, lo que siempre
está más allá, inalcanzable, el miedo a que todo termine antes de llegar, antes
de ser, antes del orgasmo o el viento, antes de conocer el verdadero rostro del
alma, de la belleza, de romper los espejos, de refugiarse en ruinas, en
palacios vacíos, en carros de gitanos volcados en carreteras con barro y perros
ladrando en los caseríos, gatos junto al fuego, ancianas que nos miran con
zarcillos en las orejas, con una maldición en la lengua, con un gesto de cruces
e intermitencias, lejos de lo conocido, lejos de la historia, de lo que antes,
del sí, de haber salido de México y llegar a Brasil, de un pueblo perdido en la
meseta castellana, rumor de polvo, zorzales colgados de los alambres, vencejos
acariciando los arroyos, un hombre de uniforme revisa las entradas, un hombre
ciego ve el futuro, una mujer lleva en su seno la promesa del cambio, de lo que
tú no has podido ser, de los inventos, de higrómetros y cachivaches, de banderas
sumergidas en una corriente de tiempo y viento que nos abandona justo allí
donde confluyen las líneas que delimitan la impotencia y subir y bajar a
vagones huecos, ventanas cerradas, calefacción para el invierno y carbón
desgranándose por vías y vías, hierro y madera, minutos triturados, la muerte
agazapada en los túneles que nos atemorizan, nunca entramos a los túneles,
saltamos en marcha de los trenes, nos golpeamos con rocas y peñascos, con
carteles que dicen “menos uno, menos dos, menos tres...”, nos engañamos, nunca
llegaremos, más o menos, no importa ya
ahora que Souad Massi canta en una lengua que no conozco pero que siento
creciendo en una memoria antigua, ahora que sobre la cama están extendidas mis
pobres pertenencias, lo elemental para salir a caminar, a conocer (me), a
intentar saber que más allá de la piel, del ombligo, hay otros, iguales,
algunos mudos, algunos expresándose con gestos, con silencios, iguales dije,
no, superiores, con la mirada limpia, sin subterfugios, sin capotes rojos para
citar al toro del miedo, al furioso animal que nos hacer hablar en este zoco
absurdo sin compradores, con apenas doce nombres escogidos, arriba y abajo en
la espera del este casi final de febrero con intercambio de rehenes, ríos
desbordados, invierno con espías rusos, o chinos, tantas cosas ocurriendo en el
mundo, la mayoría pasan tan lejos que parece que no pasan, pero pasan, la
diaria ración de muertos –seres como usted, como yo-, el sufrimiento, la doble
soledad de la incomprensión, el absurdo dolor que nadie detiene, palabras,
juntamos palabras, estas ventanas de internet nos permiten decir (¿nos?) cosas
que antes nos callábamos, comentábamos a los íntimos ¿aún quedan íntimos?, la
vida sigue, no queremos morirnos, es
igual nuestra edad, nos aferramos a la vida a pesar del dolor, de momento les
pasa a otros, una vez estuve allí, yo era el visitado, me miraban los
familiares con gesto incrédulo –pues no parecía...- me miraba a mí mismo con
resignación, con miedo, esa es otra historia ¿aprendí?, ¿he aprendido algo?,
¿qué hacemos aquí usted y yo? intercambiando fragmentados discursos llenos de
buenas intenciones y vacío, palabras, metonimia, hablar, sin conocernos, sin
saber, aquí está mi mano, beso la suya, cada uno de sus dedos…
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Lo dije aquí, escribir no es
vivir. Vivir es salir ahora a la calle y estar con los otros.
O no, yo qué sé…
Mientras tanto mañana también
dejaremos aquí apenas unos gramos de esperanza, de palabras engarzadas, de
susurros enmascarados, de mentiras disfrazadas. Etc… (Que pesado es este tío que deja aquí estas chapas)=