Oteiza.
Dicen que hoy lloverá sobre la calle de los carpinteros quizás sobre la de los augures. Hay un mañana de fecundas respiraciones entre los intersticios de las piedras, forman un jeroglífico de calamidades selectas, las de ayer están arrumbadas en una esquina del fecundo invierno en danas con nombres rebuscados. Desobedezco a la nostalgia fiera, a los ruiseñores de placenteras melodías, busco calor entre lo artificial y los semejantes, entre ya te lo dije y la desobediencia de labios y rencores no satisfechos.
Siempre hay un espacio para la
melancolía bajo las tejas mojadas de la universidad, los símbolos, el almacén
de espejos, los caballos entre la niebla, la ciudad dormida a partir de las
nueve de la noche, un espacio importante y austero con ojos que se multiplican
y miedo, tungsteno, el cansancio de la adivina, las sierpes, el loco que
predica por los callejones de la soledad, el fuego que consumirá todo ello.
Camino sobre insectos que crujen
bajo mis pisadas, se orientan en un laberinto de almacenes con botellas de
líquidos verdes, destellos de flúor, hay una duda tendida en la mitad del
pasillo doce, quizás sea el quince, hay un delirio de voces que elogian el
intento pero no el resultado, hay un camino de oídos sordos, hay la ambición de
continuar, veloz, sin mirar atrás.
Es decir, la búsqueda en el vacío
de Oteiza, otro día de palabras brizando en el cuenco de la mano, hoy, nuestra
única fortuna.
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