Ponga un mandril en su vida.
Carmen respiraba plácidamente. Mi insomnio velaba su sueño. Desde hace meses no duermo bien, debe ser el remordimiento, mi pesimismo ante el futuro, la preocupación por lo que vendrá, la complicada historia con H.
Acostumbro a dejar entornada la puerta del dormitorio para que la luz del amanecer no me despierte. Aún así lo escuché con claridad, un sonido peculiar, diferente, un roce leve, amortiguado.
No me atreví a mover ni un músculo, seguí en la cama, atento.
Lentamente se abrió la puerta, en la semioscuridad pude distinguirlo, un mandril, un enorme mandril con la nariz ancha, el culo rojo y la mirada encendida.
Se acercó con precaución, olía muy mal, tenía unas uñas largas, peligrosas, unos dientes afilados. Sus ojos se prendieron en los míos mientras se rascaba la cabeza. Creo que estaba tan sorprendido como yo.
Carmen se agitó.
-¿Pasa algo cariño? –preguntó con voz adormilada.
-No, duérmete. Estoy tratando de hablar con un mandril - dije.
-Ah- y siguió su sueño.
Se sentó a mi lado, sobre la sábana, me miraba, se buscaba algo entre la hirsuta pelambrera.
No me pude contener, le pregunté. -¿Cómo va lo mío?-
Sin dejar de observarme siguió en su mutismo, no se digno contestar.
-¿Crees que tiene remedio?- insistí, entre curioso y preocupado.
Justo en ese momento el maloliente mono apretujaba una pulga entre dos dedos, después los olía y chupaba con satisfacción.
-Lo de H, ¿qué?- dije.
Ahí sí, ahí reaccionó. Me abrazó y dijo- Hermano-. Creo que vi lágrimas humedeciendo sus pelos puntiagudos.
Bajó de la cama, se marchó tan sigiloso como había venido. Pude escuchar el roce de sus uñas por el pasillo, luego nada, silencio.
Después me dormí profundamente. Recuerdo que soñé con Charlton Heston, desnudo, gritaba y daba vueltas y vueltas en una jaula con barrotes pintados de color naranja.
Hoy me encuentro bastante mejor.
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