Parker y las buenas intenciones
Ellen Kooi
10. Tenía halo, el cuerpo de aquella mujer era inaccesible, una isla virginal en la mitad del lago de la pureza. Todos aquellos que, nadando, quisieron llegar hasta ella perecieron ahogados en el intento. En otro tiempo, Parker lo intentó, esforzado nadador de lo imposible, braceó sin éxito entre olas. Derrotado, se retiró de espaldas dejando gladiolos en el altar de sus convicciones, de su firme propósito de divinidad. Los sueños piden orillas pero con los años creció un bosque dentro de un bosque, de las nubes caían ranas, un meteorito acabó con los dinosaurios del jardín, los hippies se cortaron el pelo y Jimi Hendrix gustaba a las abuelas. En el 83 un diluvio inundó la ciudad, las aguas desbordaron las riberas y subieron, subieron, inundando las calles. Ni siquiera entonces apareció en lontananza un apóstol. Nadie señaló el horizonte para amansar la gota fría. El mar se retiró al mar, una paloma blanca se posó en lo más alto de una torre blanca, alguien escribió en sus muros, “¿Y si fuera solo sexo?” Por casualidad Parker lee esa inscripción, la repite, se lo pregunta bajo una catarata, lo grita entre los rosales, evoca los momentos en los que los brazos de aquella mujer eran una prolongación del paraíso, sus muslos eran la ciénaga donde se ahogaban las peores intenciones, encaramarse sobre su cuerpo era otear otro mundo, allí donde todo era posible. Entonces el agua se hace murmullo y sabe que ese es el castigo de los dioses.
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