Parker y la musa ausente.
Ellen Kooi
4. Parker dibuja, la punta del lapicero va definiendo un contorno, un esbozo de sonrisa, un brillo de lujuria, un cuerpo exánime sobre la niebla abandonada. Sus dedos bailan, dejan trazos de carboncillo que iluminan con su negrura, emborronan el paisaje hasta que, oh milagro, surge el retrato de la ausente, de la viajera de los desiertos, la guía de la caravana de camellos, la introductora en el territorio de la inspiración. “Necesitas una musa” y Parker asiente, cabizbajo, austero en manifestaciones, prendiendo velas, en fila, kilómetros de ellas, de océano a océano, tocar pared y vuelta. No hay noticias de Pessoa, hambriento, se come sus versos, poeta inmóvil, los pincha con un tenedor, los sazona y traga sin entusiasmo, ausente. Un fado se rompe en las marismas. La grúa tarda en llegar.
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