Los gatos de Qiu Jie

 

Qiu Jie pinta gatos y señoras chinas desvestidas. Es una forma de ganarse los garbanzos y el aceite para los pinceles, de decir, de contar lo de dentro y lo de nunca, de dar vueltas a lo de siempre, de intentar epatar a los espectadores del vacío. Estamos a esta parte de la tapia y miramos todo lo que nos ponen por delante en museos, paredes, ventanas, solo necesitamos que lo nuevo se parezca a lo viejo.  Hoy es un día gris de noviembre que no me merezco, voy a bajarme los humos y a bajar la basura. Bah.

Esta dama ignora a las grullas y al gato ausente. Hay damas así, llenas de sabiduría y que ignoran a voluntad, tienen un interruptor en su cabeza que manejan con pericia, ahora on, ahora off, luego se desconectan y ancha es Castilla. Por eso me extraña que Rocío (Durcal) cantase aquello de “seré la gata bajo la lluvia y maullaré por ti”    

Los gatos nadan en aguas mansas mientras esperan que la tempestad de sus sentidos amaine. Hay momentos en que no y fuera llueve y llueve y no amanece y solo el débil resplandor de lo que no es alumbra el horizonte. Alrededor todos ríen sin saber de la tragedia interior del gato que está triste y azul (en el grabado, blanco y negro, es decir usted tiene que imaginar que, ande, haga un esfuerzo, imagine)

Recuerdo aquella tarde en la que quise ser un gato. Fue hace algunos años pero aún recuerdo mis maullidos en su ventana. Ya no quiero serlo, gato escaldado del agua fría huye.

Ella acariciaba mis hombros sin saber que los gatos somos muy particulares para la cosa de las caricias, que preferimos las sardinas a las raspas de. Así nos va, a veces. En cualquier caso de padres gato hijos michinos.

Los gatos crecen ante la belleza, tornan en tigres ávidos, en babeantes felinos dispuestos a devorar aquello que ansían. Así les va. Aún así donde ruge el tigre no rebuzna el burro.