George Orwell
Cierta madrugada, uno de mis compañeros y yo
habíamos salido a disparar contra los fascistas en las trincheras de las
afueras de Huesca. Entre su línea y le nuestra había trescientos metros, una
distancia a la que era difícil acertar con nuestros anticuados fusiles; pero si
se acercaba uno arrastrándose a un punto situado a unos cien metros de la
trinchera fascista, a lo mejor, con un poco de suerte, le daba a alguien por
una grieta que había en el parapeto.
Por desgracia, el terreno que nos separaba de allí era un campo de remolachas llano y sin
más protección que unas cuantas zanjas, y había que salir cuando todavía estaba
oscuro y volver justo después del alba, antes de que hubiera buena luz. Aquella
vez no vimos a ningún fascista; nos quedamos demasiado tiempo y nos sorprendió
el amanecer. Estábamos en una zanja, pero detrás de nosotros había doscientos
metros de terreno llano donde difícilmente se habría podido esconder un conejo.
Todavía andábamos infundiéndonos ánimos para echar una carrera cuando oímos
mucho alboroto y silbatos en la trinchera fascista: se acercaban aviones
nuestros. De pronto, un hombre, al parecer con un mensaje para un oficial,
salió de un salto de la trinchera y corrió por encima del parapeto, a plena
luz. Iba vestido a medias y mientras corría se sujetaba los pantalones con
ambas manos. Contuve el impulso de dispararle. Es cierto que soy mal tirador y
que es muy difícil dar a un hombre que corre a cien metros de distancia, y
además yo estaba pensando sobre todo en volver a nuestra trinchera aprovechando
que los fascistas estaban pendientes de los aviones. Sin embargo, si no le
disparé fue por el detalle de los pantalones. Yo había ido allí a pegar tiros
contra los «fascistas», pero un hombre al que se le caen los pantalones no es
un «fascista»; es, a todas luces, otro animal humano, un semejante, y se le
quitan a uno las ganas de dispararle.
George Orwell
Recuerdos de la guerra civil
1 comments :
Quando o humor se alia com o humanismo...
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