jueves, 2 de enero de 2020

Baños nocturnos



Volvíamos a Elanchobe, de Gernika o de Lekeitio, no recuerdo. Habíamos bebido mucho, eran fiestas, ya sabes. Entonces los controles en la carretera no eran por el alcohol. De madrugada en el pueblo solo estaban despiertos los gatos y las insomnes de siempre detrás de los visillos, con las lenguas afiladas. ¿Nos bañamos? Y nos bañamos en calzoncillos, en el puerto, en la noche cálida de agosto. Me sumergí para saber que se sentía allá abajo, en lo oscuro. No había norte ni sur, solo oscuridad. Salí a respirar, me sentí despejado y volví a sumergirme en aquel mundo como de vino negro, sin oxígeno.

Desde entonces busqué esos baños nocturnos, cerca, en la playa de Laga, al otro lado de Ogoño. Era como estar dentro de la nada, solo que allí te podías ahogar. 

Esto ocurría en aquel tiempo  en el que, para respirar, nadaba hasta el horizonte. 
Nunca llegué.

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