Baños nocturnos
Volvíamos
a Elanchobe, de Gernika o de Lekeitio, no recuerdo. Habíamos bebido mucho, eran
fiestas, ya sabes. Entonces los controles en la carretera no eran por el
alcohol. De madrugada en el pueblo solo estaban despiertos los gatos y las
insomnes de siempre detrás de los visillos, con las lenguas afiladas. ¿Nos
bañamos? Y nos bañamos en calzoncillos, en el puerto, en la noche cálida de
agosto. Me sumergí para saber que se sentía allá abajo, en lo oscuro. No había
norte ni sur, solo oscuridad. Salí a respirar, me sentí despejado y volví a
sumergirme en aquel mundo como de vino negro, sin oxígeno.
Desde
entonces busqué esos baños nocturnos, cerca, en la playa de Laga, al otro lado
de Ogoño. Era como estar dentro de la nada, solo que allí te podías ahogar.
Esto ocurría en aquel tiempo en el que, para respirar, nadaba hasta el horizonte.
Nunca llegué.
Esto ocurría en aquel tiempo en el que, para respirar, nadaba hasta el horizonte.
Nunca llegué.
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