Valter Hugo Mãe
Para sentir la ilusión de algún
alivio, Matsu comenzó a contar historias tontas acerca de la vecindad.
Escuchaba las conversaciones de quienes pasaban por el camino. En algunas
ocasiones, abandonaban su recorrido e iban a saludarla, elogiando sus maneras
recatadas al sol. Y la joven reconocía las voces y los olores, la pisada e
incluso el sonido de los tejidos mejores y peores. Por el sonido, Matsu
distinguía a las personas y las memorizaba sin confusión. Por simpatía, a las
pocas personas de la comunidad les gustaba alegrar a la joven ciega, contándole
tan solo peripecias simpáticas, aventuras y asombros cómicos que servían de
ayuda para cargar con la oscuridad. Por la noche, sin ignorar lo terrible de la
vida pero queriendo a su vez alegrar a su hermano y a su madre de cerca, Matsu
hablaba, a menudo inventando versiones propias de los rumores más simples,
otorgándoles mayor grandeza y mayor interés. Lentamente, por afecto, el
artesano Itaro y la señora Kame se entregaban a la satisfacción de aquel
instante. Podía ocurrir que protestasen por la difícil verosimilitud de los
relatos, podía ser que añadiesen datos que ellos habían escuchado durante los
breves descansos de su trabajo, o podía pasar que tan solo riesen. Estaban vivos y juntos, pensaban. Estaban
vivos y juntos. La felicidad podía ser aquello. Matsu, por incapacidad de
contenerse, decía aquello mismo: la felicidad está en la atención a un detalle.
Como si el resto se ausentase para admitir la fuerza de un instante perfecto.
Valter Hugo Mãe,
“Hombres
imprudentemente poéticos”
Traducción de Martín López
Vega.
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