¿Un cafecito?
Mi muy querida amante de antes y ahora, de luego, mujer de miel, el laberinto de nuestra historia se confunde entre sueños de fieras y tiempos que se mezclan con una pluma de gallo y miércoles narcóticos que se deslizan por toboganes nocturnos, que te envío al futuro esta carta del pasado porque eso del email todavía no se ha inventado y no quiero esperar porque no sé nada de ti, si estás, dónde, si has ido, si has vuelto, si estás bien, regular, si el trabajo te deja el espacio intercostal justo para la respiración, si algún día te veré, si por tu extremada delgadez necesitaré mirarte dos veces, si sabes que nuestra común amiga María nos ha invitado a una cena en su casa, si vendrás, si estás contenta, morena, sonriente, si sigues fumando, siendo la chica seria de siempre, si los cuadros que aumentan tu colección se han comido ya el pasillo y a la recepcionista, el viento de Huelva y si ya nada importa nada, si ya está todo dicho, si la vida va tan rápido que el gato en tus rodillas es cosa más de mañana que de pasado mañana, si se han quedado amarillas mis cartas de amante, si las has perdido o quemado, si están volando por algún basurero de Albacete, si el amor era aquello tan intenso, tan íntimo, tan bello, tan peligroso que me quemé las pestañas y los alvéolos pulmonares mientras me fumaba las esperas al otro lado de la verja de tu jardín, los perros ladrando, meándome cuando me disfrazaba de farola para mejor espiarte, tu marido volviendo del gimnasio, tu otro amante saliendo por la ventana, las empleadas de hogar cuchicheando, el pan crujiente en la fresquera, el vino de Jumilla en el balcón, la portera en su cubil intentando inventar internet para poder hacer la compra web de forma más cómoda, para poder mirar las necrológicas sin comprar los diarios de izquierdas ni de derechas y, oh sorpresa, tener en favoritos esas páginas cochinas de hombres desnudos componiendo posturas que quieren calentar el ambiente del mujerío y solo logran darles risas de apuro con sus músculos inflados por los corticoides, su piel brillando bajo los focos con un taparrabos mínimo y billetes falsos de cincuenta euros asomando en la goma del calzoncillo, que en tus tiempos no eran frecuentes esas cosas, que solo los hombres iban a los burdeles después de una despedida de soltero, desnudarse así, pagando, que la verdad me daba cierta vergüenza desnudarme gratis a tu lado porque se me abultaban los huesos del pecho, los codos y las delgadas piernas de oficinista que gritaban en el deporte, que menos mal que me quitaba las gafas y no (te) veía, que cuantas veces al quitarte las tuyas nos guiábamos por el sonido de la voz, perdidos en la ciénaga del deseo, susurrando nuestros nombres por la pequeña habitación donde tras el encuentro el abrazo era una obra de arte sobre el mosaico o la alfombra persa de Ikea, una filigrana de cabeza, tronco y extremidades acoplándose en ritmos sincopados, suspiros entrecortados, jadeos entusiasmados y orgasmos rosas saliendo por la juntura de la ventana que daba al patio donde sonaban los Antonio (Molina y Machín) al principio, para terminar en Rosalía dentro de cuatro días, cuando se haga famosa y dábamos vueltas como un hámster en su rueda sin saber cómo dejarnos sin rompernos, como suplir el sexo en tinieblas, buscando cura para la herida presentida, con briznas de esperanza, con películas de Cary Grant y flores rojas de Venecia, amor a la que tanto amaba, si el café entra en tu dieta pues me avisas y tomamos uno cuando quieras. ¿Sí?
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