El hombre que escribía cartas de amor
Erase una vez un hombre que escribía cartas (de amor) a diestro y siniestro, a conocidos y a desconocidas, con pulcra letra de pato, retorcida pero legible, intensa actividad maridada con dibujos, fotografías y nubes, un mosaico de sentimientos e invenciones, un regalo, un error, una carga, un psssst.
Aún guardo las cartas que me mandaste a África- le dice Iñaki.
(Algún día contaré la historia de Iñaki.)
Ese hombre iba por el carril, pian pianito, sin salirse, claro, para no descarrilar pero un día, hablando con Cohen (Leonard), se dijeron –somos tontos, qué hacemos aquí, primero conquistaremos Manhattan y después conquistaremos Berlín-.
Ese hombre estuvo herido por flechas y silencios, por distancias y mujeres frías con imaginarios gatos de angora en el regazo. Por eso, tan entretenido, no supo, perdió los mapas y empezó su particular conquista al revés, primero Roma, París, Estambul, Viena, Praga, Budapest, Londres, por fin Berlín y sí, también Manhattan. No se imaginaba que el mundo era tan pequeño y New York tan fascinante. Lo era y es.
¿Y le quedaba tiempo para escribir cartas (de amor)?- pregunta Antonio.
(Sí. Solo es ponerse. Esto lo añado yo, ya que el de las cartas (de amor) está en un preocupante estado de shock Algún día contaré cosas de Antonio.)
Un día, leyendo a no recuerda quién, el hombre que escribía cartas (de amor) pensó –escribo más que este, no sé si mejor, pero sí más – y se dedicó a buscar a quién escribir, además de qué, además de a, además. Con toda la mar detrás.
No vas a tener tiempo- le advierte Paqui.
(Algún día contaré lo de Paqui.)
Pero sí, ese hombre que ahora está mudo se está cambiando de ropa y viene en nada, siéntense por aquí cerca, debajo del magnolio, que ya.
A mí también me escribió una carta (de amor). Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí. Y a mí.
Y a mí.
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