Parker, Tomás y Tobías.
Alguien cantó, desafinando ─creo que era Tomás.
En la madrugada lisa y blanca, Tobías adivinó la lluvia de estrellas y aulló, un viento de congoja soplaba en el jardín.
A la playa llegaban legiones de anchoas de plata, grandes cantidades de peces ebrios, desorientados, reposaban sobre la arena.
Parker siente la fiebre de arroyos de sueños que atraviesan la niebla de su cabeza. Arropado bajo una manta de cuadros delira en la sequía de su estar y no estar.
Apesadumbrado se levanta y es ahora y escribe sin saber a quién escribe, debajo de un cuadro de Kandinsky escribe con un jilguero que le pica la oreja.
A lo lejos alguien recita a Quevedo «Quiera Amor, quiera mi suerte, /que nunca duerma yo, si estoy despierto, / y que si duermo, que jamás despierte. / Mas desperté del dulce desconcierto;/ y vi que estuve vivo con la muerte, /y vi que con la vida estaba muerto. ─creo que es Tomás.
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