Évora.
Sonreía detrás del abanico y Portugal se llenaba de filigranas y pájaros de repostería cabeceando sobre las ortigas, de peces sonámbulos en los anzuelos como serpentinas adornando una fiesta que no era, con piñatas y un incendio en el pubis, una crisálida, una batalla con generales heridos, estremecidos, fascinados, con una sola idea, desnuda, algo así como lirios o gladiolos, lo íntimo, ese viaje, Évora, columnas con una sola frase, repetida, un ajuar de cuchillos, el recuerdo acristalado, una primavera que respiraba, palpitaba en ruiseñores y chasquidos, ¿qué quiero decir?, este es un alfabeto concentrado, una caligrafía del intento, una obsesión portuguesa.
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