Carta de un amante ingenuo.
Mi amada, vivía en tu voz, la escuchaba sin siquiera entenderla, me bastaba con acumular el sonido, el tono, el final de besos y luciérnagas, la nieve acumulada sobre el tejado, la transparencia de su recompensa, la resurrección de mi carne, tu vida eterna, amén.
Como en un sagrario atesoraba voz y memoria, rumor de párpados y oscuridad, memoria y resignación, el cuchillo del silencio cortando mi fe con insolencia, el bisturí que inauguró el amor/sexo, la estela de la resistencia, la búsqueda visceral del borde del universo, lo otro, lo tuyo.
A tu lado me sentía diminuto y fugaz, acuclillado bajo tu espacio de flores serias, de jardines, del planeta de tu saber, paralelo a tu voz de consonantes, de vocales como rocío, de los verbos deslizándose por tu paladar, daba palmas por el privilegio de estar en el círculo de tu piel rosa, los días impares, días contados, horas marcadas, placidez tendida sobre la alfombra de…
Perdona, esta carta ¿es para mí?
Depende, ¿quién eres?
¿No reconoces mi voz?
Laura
No.
Carmen.
No.
Begoña.
No.
Elisa.
No.
Me rindo.
Si no sabes quién soy métete la carta donde te quepa.
Oh, lo siento. Vaya, que mal carácter tiene usted.
Gilipollas.
Gilipollas.
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