Txomin.
Nos
encontramos por azar en una calle, en lo viejo. Txomin me dice que aún conserva
las cartas que le mandé a Esmara, los dibujos de peces, grecas retorcidas,
amistad en versos de ánimo, papeles amarillos pero vivos. Me confiesa que
vendió los sellos en la Plaza Nueva un domingo de julio, cuando veía bichos,
arañas, después de la caída, en la cárcel del alcohol, delirium tremens, en un
año envejeció cuatro. Reincidente, abrazados en el vino recordamos, otro siglo,
hace ya, nos contábamos el ansia y los amores, los compartíamos, la nostalgia
nos envuelve, su enfermedad, su primera mujer, la segunda, la que ahora ama,
los hijos que no ve, aún no es abuelo, no lo sabe, se tornan desabridos los
recuerdos y brindamos por los niños que descubrían el mundo desde un campanario
en Córdoba.
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