A/un poeta.
Quid pro quo. Es decir que publicar un
libro, tres, mil, no es garantía de nada, la emoción, cariño (sí, sí, es a ti), el temblor en las
axilas, en las ingles, esa sensación que te dice que ahí está la poesía,
estremecerse, el resto es apenas humo, trabajo para desocupados, para ombligos
que se expanden y nos dejan ciegos para lo que no sea el yo y no, no, no, la
poesía está en los otros, en la mirada de otros, es cierto que el espejo nos dice
que somos los más guapos del pueblo pero suelen mentir, quizás no siempre pero
a menudo. Quid pro quo. Está
la palabra y está la educación, está el saber hacer y la cortesía, la mentira y
el disimulo, el abanico y sus normas, la navaja barbera, clavarla justo debajo
de ese ombligo del que hablamos y tirar hacia abajo, desgarrar músculos y llegar
a los intestinos, siempre mirando a los ojos al desgraciado que no se espera
ese acto criminal. ¿En la muerte está la poesía? No. Ayer me cené un
diccionario y he dormido mal, se me clavaban las vocales en la glotis y me
siento no sé. Quid pro quo. Nos queda la palabra, claro, pero a veces los
sordos nos obligan al clamor, alharacas, pamemas, esas cosas me producen mal humor y sed de venganza, por eso quizás
sigo entre barrotes que me compré en las liquidaciones de Leroy Merlín.
Demasiada extensión, pues eso, que hoy por ti y mañana por mí, joder, que no
cuesta nada y quedas bien, o casi, siempre que el que recibe la línea de compromiso sepa leer (entre líneas). Pero, ay, para eso hay que ser, antes, es
previo, antes de ser lo que sea hay que ser. Lástima, eso no se aprende, viene
de serie. Otro poeta será, qué le vamos a hacer. Lucas 7:22 Reina-Valera 1960 (RVR1960) 22
“Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y
oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos
oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio.” Quid
pro quo.
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