jueves, 13 de octubre de 2016

Clínica o algo así.




Una triste voz me seduce desde el comienzo del día.
El triunfo está en mi mirada de seda cuando la escucho.
Sigo siendo un estúpido que se estremece.
Anoto la matrícula de los coches que aparcan bajo mi ventana.
El miedo es un cuervo de alas desordenadas.

El poeta con una grieta en el alma acaricia a los perros negros.
Las palomas deliran y chocan contra el cristal.
El vigilante las recoge y protege de los cazadores.
En esta clínica a las siete de la mañana es casi media tarde.
Una anciana triste se ha descontrolado y llora.

Una escalera.
Una caída.
La oscuridad.
Un grito.
La anciana recuerda un pasado que se junta con el mañana.
No puede caminar.
Apenas puede pensar.
No sabe qué hace en este lugar sin risas.
Sabe que su corazón funciona.
Quizás estar viva sea solo eso.

El poeta tiene un extraño nombre, impropio, absurdo.
Lleva el fracaso en su mirada, no brillan sus párpados, ya no.
Los mansos enfermeros se obstinan detrás de la valla del parque.
Un carpintero atento baila en cruz entre liebres cantarinas.
Estorninos delirantes suben y bajan, cambian la dirección del vuelo.

Mensajeros de la Estigia se plantan frente a la puerta.
Educados, con fingida ternura se cuentan los dedos, esperan.
Estoy en el cañaveral, asustado, escuchando los aullidos.
Ojalá que amanezca pronto.
Así es como es.

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Bilbao, Euskadi
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