Clínica o algo así.
Una triste voz me seduce desde el comienzo
del día.
El
triunfo está en mi mirada de seda cuando la escucho.
Sigo
siendo un estúpido que se estremece.
Anoto
la matrícula de los coches que aparcan bajo mi ventana.
El
miedo es un cuervo de alas desordenadas.
El
poeta con una grieta en el alma acaricia a los perros negros.
Las
palomas deliran y chocan contra el cristal.
El
vigilante las recoge y protege de los cazadores.
En
esta clínica a las siete de la mañana es casi media tarde.
Una
anciana triste se ha descontrolado y llora.
Una
escalera.
Una
caída.
La
oscuridad.
Un
grito.
La
anciana recuerda un pasado que se junta con el mañana.
No
puede caminar.
Apenas
puede pensar.
No
sabe qué hace en este lugar sin risas.
Sabe
que su corazón funciona.
Quizás
estar viva sea solo eso.
El
poeta tiene un extraño nombre, impropio, absurdo.
Lleva
el fracaso en su mirada, no brillan sus párpados, ya no.
Los
mansos enfermeros se obstinan detrás de la valla del parque.
Un
carpintero atento baila en cruz entre liebres cantarinas.
Estorninos
delirantes suben y bajan, cambian la dirección del vuelo.
Mensajeros
de la Estigia se plantan frente a la puerta.
Educados,
con fingida ternura se cuentan los dedos, esperan.
Estoy
en el cañaveral, asustado, escuchando los aullidos.
Ojalá
que amanezca pronto.
Así
es como es.
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