sábado, 8 de octubre de 2016

Parker y el límite hard



Parker está en  un momento extraño, un punto zass, encanallado, que está toda una vida diciendo que ella es 7.8 y de repente, algo, una aparente nimiedad, un susurro, un suspiro, un rasguño, algo que le dicen, sugieren, una intimidad que le confiesan –J me hizo esto y esto y esto- una cosa que no estaba prevista le dice que ella es diferente, 9.3,  terciopelo,  noche negra o lirios.

Se asusta, vaya si se asusta, le da miedo sentir así, desear así, perder el sentido, mejor dicho, sentirlo, querer sentirlo todo. Sin rechazar la ternura, la dulzura, lo correcto, quiere ser incorrecto, dominador o sumiso, olvidar el misionero y probar la postura 56, ser brusco, o dulce, dejar de mojar los oídos con bellas palabras y descubrir otras, duras, sucias, rotundas. Agita la cabeza y lo rechaza pero ya es tarde, ha bajado los escalones a un sótano oscuro, húmedo, solo quiere seguir por ese pasillo para saber a qué lugar de sí mismo llega.

Le asombra estar ahí, él que siempre has sido educado, correcto, un lila. Está con ojeras y mirada lúbrica, con un gesto encogido, como un gato a punto de saltar con el cuerpo tenso, ágil. Se estremece. Sabe que conocía su raya soft pero son todo lo que le ha pasado últimamente sabe que no conocía nada, que no se conocía, que nunca se había dejado llevar así, tan lejos, tan al límite hard.

La verdad,  volver de ahí es verdaderamente difícil y Parker se queda, no tiene ganas de lamentaciones y sí de disfrutarse.

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