Parker y el límite hard
Parker
está en un momento extraño, un punto zass,
encanallado, que está toda una vida diciendo que ella es 7.8 y de repente,
algo, una aparente nimiedad, un susurro, un suspiro, un rasguño, algo que le
dicen, sugieren, una intimidad que le confiesan –J me hizo esto y esto y esto-
una cosa que no estaba prevista le dice que ella es diferente, 9.3, terciopelo, noche
negra o lirios.
Se
asusta, vaya si se asusta, le da miedo sentir así, desear así, perder el
sentido, mejor dicho, sentirlo, querer sentirlo todo. Sin rechazar la ternura,
la dulzura, lo correcto, quiere ser incorrecto, dominador o sumiso, olvidar el
misionero y probar la postura 56, ser brusco, o dulce, dejar de mojar los oídos
con bellas palabras y descubrir otras, duras, sucias, rotundas. Agita la cabeza
y lo rechaza pero ya es tarde, ha bajado los escalones a un sótano oscuro, húmedo,
solo quiere seguir por ese pasillo para saber a qué lugar de sí mismo llega.
Le
asombra estar ahí, él que siempre has sido educado, correcto, un lila. Está con
ojeras y mirada lúbrica, con un gesto encogido, como un gato a punto de saltar con
el cuerpo tenso, ágil. Se estremece. Sabe que conocía su raya soft pero son
todo lo que le ha pasado últimamente sabe que no conocía nada, que no se conocía,
que nunca se había dejado llevar así, tan lejos, tan al límite hard.
La verdad,
volver de ahí es verdaderamente difícil
y Parker se queda, no tiene ganas de lamentaciones y sí de disfrutarse.
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