Mi piso
Apenas
entraba luz entre las persianas pero al cabo de unos minutos ya me había
acostumbrado y pude verlo bien.
El
piso estaba tal y como lo dejamos, el descolorido papel pintado en los
dormitorios, la moqueta menos desgastada en el centro del salón, el azulejo
rajado al lado de donde estuvo la lavadora. Quedaba una marca de los cuadros en
la pared.
-¿Tienes
para mucho?, me aburro- digo ella.
En
una esquina de la cocina encontré un tenedor, lo miré, no era de los nuestros,
lo dejé donde estaba.
Al
pasar rozaba los pomos de las puertas, el pasador del cuarto de baño, el grifo
del lavabo. Aquí estaba el armario de ropa blanca, aquí un aparador, aquí la
mesa con la televisión, aquí el sofá amarillo.
Fue
sencillo engañar al de la inmobiliaria. Me dejó las llaves. Cómo podía saber
que esa fue mi casa durante siete años.
Me
atreví a entrar al que fue nuestro cuarto. Aquí dormíamos, aquí nos amábamos,
aquí discutimos tantas veces, la última vez.
-Desnúdate-
le ordené con voz cansada.
Ella obedeció. Estaba delgada. Dejó su
ropa plegada encima de las botas, muy ordenada.
Me
solté el cinturón, me bajé el pantalón y de pie, la follé sobre el lugar donde
estuvo nuestra cama, con rudeza, con urgencia.
-Gime-
la apuré.
Ella
gimió, fingió, me derramé, me subí el pantalón, le di sus setenta euros, se
vistió y le dije que se fuera, un correcto trabajo.
Apenas
estuve unos minutos más. Recorrí el pasillo abajo y arriba, unos fantasmas
oscuros me sujetaban por los tobillos, ecos de voces, tan reales. Me marché.
Al
devolver las llaves al vendedor dije que lo pensaría, que el piso era pequeño,
que éramos una familia grande.
Vagué
por la ciudad de calles estrechas, la que fue mi ciudad, entonces. Sentado en
el autobús de regreso evité pensar. El iPhone me llenaba de música y fuera el
paisaje cambiaba rápido. No diría a Alice donde había estado. Después me
dormí.
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