Espérame
El día uno, justo antes de partir, ella me dijo – Espérame, llegaré pronto, me ha surgido un contratiempo, iré en tren, espérame.-
Despertaba el mes en lujuriosos gritos de pájaros madrugadores, perros llamándose, zureaba la tórtola y el resto era quietud. Quizá se trataba del mismo agosto pero una oscura maquinaria se obstinaba en afirmar que el tiempo – y no solo el tiempo- se había ido.
Sobre el jardín volaban demonios con alas de murciélago, algunos tañían laúdes rojos y ceñían sus sienes con hiedra luminosa, otros, torturándose a sí mismos con divinidades impacientes, estaban ebrios de nubes.
En el duermevela de ese primer día de vacaciones soñaba con riberas de mar, con acariciar con los dedos húmedos de frutas el femenino cuerpo del verano. Aún no lograba calmar los arañazos del pecho pero todo estaba por hacer, por no hacer, mientras mi piel mojada de rocío se desperezaba y temblaba tratando de tocar el cielo en treinta días.
Treinta días, los mismos que esperé, en vano, no vino, no llamó, no sé nada de ella.
Además el bosque está arrasado.
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